La bondad
Bruno Marcos
Hacer llorar. ¿Quién puede negar que sea esta la mayor aspiración de un escritor? Tres o cuatro lectores de este diario me han confesado que derramaron lágrimas con alguno de estos envíos. Hacer reír está muy bien, pero hacer llorar es infinitamente mejor, es tocar la bondad de una persona.
Ya sé que muchos verán en estas líneas sensiblería antigua, defensa de lo ñoño. Me da igual. Creo que sólo hay una cosa ante la que el hombre es sensible, ante lo que se torna receptivo y esta es la bondad. ¿Acaso no van en ella todas las revoluciones del mundo y de su historia?¿Acaso no irán todas las revoluciones pendientes?
Cuando leer algo nos mueve al llanto es porque se ha logrado rascar la seca costra que cubre la bondad de todos.
Todo el mundo nos creemos buenos. Lo que ocurre es que nos mostramos malos con razón, nos pensamos, como el padre de Jorge Manrique, ¡Cuán benigno a los sujetos!¡A los bravos y dañosos, qué león!
Se lleva ya muchos años clasificando a la gente en majos y bordes. El majo vendría a ser lo que era el bueno antes, porque la palabra bueno fue asimilada a dócil, a manso, a soso. Sin embargo la de majo viene a ser ya igual a hipócrita. Siempre me llamó la atención aquel autorretrato que se hiciera Machado en el que afirmaba que él era, en el buen sentido de la palabra, bueno. ¿A qué se referiría? ¿Cuál era el mal sentido de la palabra bueno?
No abundan las ocasiones para que aflore la bondad, sólo sus simulacros, cuando nadie tiene nada que perder, y es una lástima porque a nadie somos tan fieles como a aquellos que han sido buenos con nosotros. La auténtica bondad no es la puramente cortés, retórica, sino esa en la que quien es bueno también se emociona, se transforma, administrando la bondad.
Cuando admiramos la belleza, un paisaje por ejemplo, estamos dejando manar nuestra bondad. Los folletines, las telenovelas o la gran literatura no muestran otra cosa que la bondad pugnando por vencer, la bondad puesta en peligro.
No hace mucho José Antonio Marina expuso que el fin de la inteligencia es la bondad y creo que muchos se escandalizaron.
Ya sé que cuanto sé de bondad no se lo debo sólo a ellos, pero ayer bajaban por la calle ancha, ya dos ancianos, sonrientes, como ese arquetipo más fuerte que cualquier imagen de la belleza o del arte que reside en mi mente, ese conjunto de cuatro piernas, cuatro brazos, dos corazones, que son mis padres, con una sonrisa tan pura como la del bebé a ver la sonrisa del bebé.
Hacer llorar. ¿Quién puede negar que sea esta la mayor aspiración de un escritor? Tres o cuatro lectores de este diario me han confesado que derramaron lágrimas con alguno de estos envíos. Hacer reír está muy bien, pero hacer llorar es infinitamente mejor, es tocar la bondad de una persona.
Ya sé que muchos verán en estas líneas sensiblería antigua, defensa de lo ñoño. Me da igual. Creo que sólo hay una cosa ante la que el hombre es sensible, ante lo que se torna receptivo y esta es la bondad. ¿Acaso no van en ella todas las revoluciones del mundo y de su historia?¿Acaso no irán todas las revoluciones pendientes?
Cuando leer algo nos mueve al llanto es porque se ha logrado rascar la seca costra que cubre la bondad de todos.
Todo el mundo nos creemos buenos. Lo que ocurre es que nos mostramos malos con razón, nos pensamos, como el padre de Jorge Manrique, ¡Cuán benigno a los sujetos!¡A los bravos y dañosos, qué león!
Se lleva ya muchos años clasificando a la gente en majos y bordes. El majo vendría a ser lo que era el bueno antes, porque la palabra bueno fue asimilada a dócil, a manso, a soso. Sin embargo la de majo viene a ser ya igual a hipócrita. Siempre me llamó la atención aquel autorretrato que se hiciera Machado en el que afirmaba que él era, en el buen sentido de la palabra, bueno. ¿A qué se referiría? ¿Cuál era el mal sentido de la palabra bueno?
No abundan las ocasiones para que aflore la bondad, sólo sus simulacros, cuando nadie tiene nada que perder, y es una lástima porque a nadie somos tan fieles como a aquellos que han sido buenos con nosotros. La auténtica bondad no es la puramente cortés, retórica, sino esa en la que quien es bueno también se emociona, se transforma, administrando la bondad.
Cuando admiramos la belleza, un paisaje por ejemplo, estamos dejando manar nuestra bondad. Los folletines, las telenovelas o la gran literatura no muestran otra cosa que la bondad pugnando por vencer, la bondad puesta en peligro.
No hace mucho José Antonio Marina expuso que el fin de la inteligencia es la bondad y creo que muchos se escandalizaron.
Ya sé que cuanto sé de bondad no se lo debo sólo a ellos, pero ayer bajaban por la calle ancha, ya dos ancianos, sonrientes, como ese arquetipo más fuerte que cualquier imagen de la belleza o del arte que reside en mi mente, ese conjunto de cuatro piernas, cuatro brazos, dos corazones, que son mis padres, con una sonrisa tan pura como la del bebé a ver la sonrisa del bebé.
2 Comments:
hola,no se si te acordaras de mi fui un alumno tuyo, espero que no te olvides de mi,guardame un sitio dentro de tu vida y de tu corazon.bruno te echo mucho de menos ya que no volvere a tener un profesor como tu. extraño la visita que te hacia todos los dias huviera clase o no. entrar en aquella clase profunda y ver al fondo a un amigo sentado en una silla roja de profesor eso .... es lo mejor que puedes pedir.ya que tu blog cumple un año no queria faltar a tu celebracion tu pequeño saltamontes.mientras escribo esto los recuerdos me invaden la memoria.yo solo te pido una cosa que porfavor siempre llevame con tigo en tu memoria.los profesores te pueden enseñar todo tipo de cosas ingles,lengua,literatura matematicas.tu me has enseñado de la vida y a ser dia a dia un hombre de probecho,tus consejos y tu tiempo invertido en mi no sera en vano muchas gracias bruno !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! tu ya lo sabes para lo que quieras estara aqui tu amigo y alimno palin contestame al correo
Falín, por supuesto que me acuerdo de ti. Es verdad que la rutina a veces te trae la compañía obligada de desconocidos que resultan amigos y que, por lo que sea, esas rutinas desaparecen, aunque no los veas seguirán siendo tus amigos. En ocasiones es la distancia pero otras veces es nada, únicamente las costumbres, la pereza. Yo he perdido muchos amigos así, los tengo, pero qué forma es esa de tenerlos, viéndolos una vez al año, mandándonos algún e-mail, alguna llamada. Es triste pero hay que pensar que estuvo bien que aquello que nos hizo felices ocurriera aunque haya pasado y no vuelva.
Nunca pensé en que perdía el tiempo contigo. Es verdad que a veces eras pesado pero seguro que yo muchas veces arisco. El de r. me dijo una vez algo que tal vez es cierto, "es que tú les escuchas". Un último consejo: escucha alguna vez a los que nadie escucha.
Cualquier día nos vemos por León, disfruta y esfuérzate con los estudios.
Un abrazo
Bruno
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